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  Por el libro

16 de enero de 2018

El Tiempo

Algunos inversionistas le apuestan a que gobiernos de todo el mundo apliquen impuestos a la producción de carne para mejorar la salud pública y alcanzar las metas de emisión de carbono del Acuerdo Climático de París.

Quienes comparten ese enfoque socioambiental han empezado a presionar a los fabricantes para que diversifiquen sus portafolios de proteínas vegetales. Sugieren, incluso, que los ganaderos utilicen un ‘precio sombra’ de la carne, similar al del carbono, para que desde ya estimen los futuros costos sociales y ambientales de ese producto.

Los colombianos se comieron 438 huevos por segundo en el 2017

Dos años sin parafiscalidad ganadera, y sigue sin solución

De hecho, la carne podría enfrentar el mismo destino del tabaco, que ya ha sido gravado en 180 países; del carbono, al que 60 naciones le han fijado un impuesto, y del azúcar, gravada por 25 jurisdicciones en el mundo. De acuerdo con un informe de la red de inversores Farm Investment Risk and Return (Fairr), de Londres, el producto que inevitablemente sigue en la lista de los gravámenes es la carne.

Según la Fairr, dicho impuesto es necesario y será inevitable. Los datos de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) señalan que la ganadería es responsable de casi el 15 por ciento de todos los gases de efecto invernadero. Además, en muchos países la ingesta de carne suele ser mucho mayor a la recomendada, lo que desencadena varios problemas de salud.

Pese al costo ecológico de su producción, el consumo de carne va en aumento. La FAO proyecta que crecerá 73 por ciento de aquí a mediados de este siglo. Y los cálculos de Fairr señalan que en el 2050 eso podría generarle a la economía global hasta 1,6 billones de dólares en costos ambientales y de salud.

“Los inversionistas están comenzando a considerar estas proyecciones con la misma preocupación con la que han considerado el riesgo climático”, dice Rosie Wardle, quien gestiona los compromisos ambientales y sociales en Fairr.

Jeremy Coller, fundador de la red de inversionistas, le dijo a ‘The Guardian’ que “si los diseñadores de políticas deben cubrir el costo de epidemias humanas como la obesidad, la diabetes y el cáncer, a la vez que abordan desafíos como el cambio climático y la resistencia a los antibióticos, los impuestos a la carne parecen inevitables”.

Si se ponen impuestos del 40 por ciento a la carne, del 20 por ciento a los productos lácteos y del 8,5 por ciento al pollo, se evitarían casi medio millón de muertes al año

Un reciente informe del programa Oxford Martin sobre el Futuro de los Alimentos calcula que si se ponen impuestos del 40 por ciento a la carne, del 20 por ciento a los productos lácteos y del 8,5 por ciento al pollo, se evitarían casi medio millón de muertes al año y se reducirían ostensiblemente las emisiones que aceleran el cambio climático.

El mismo estudio estima que las emisiones de la industria alimentaria se reducirían casi dos tercios si todo el mundo se volviera vegetariano. “Lo ideal sería reducir el consumo de productos de origen animal en un 50 por ciento para el 2040”, le dijo Cristina Rodrigo, miembro del programa, al diario español ‘El País’.

María Lettinni, directora de Fairr, admite que el impuesto a la carne es indispensable para cumplir con el Acuerdo de París. “En tanto la implementación del acuerdo climático avance es probable que se impulsen acciones gubernamentales para reducir el impacto ambiental del sector ganadero. El impuesto a la carne emergerá y se generalizará en el transcurso de la próxima década”, pronosticó ella en ‘The Guardian’, antes de señalar que los dineros que se recauden deberían subsidiar alimentos más sanos y de origen no animal.

De acuerdo con la FAO, la industria ganadera ha crecido muy rápido en las últimas décadas, sobre todo en los países desarrollados. Y la expansión de ese sector ejerce cada vez mayor presión sobre los recursos naturales: los pastizales se deterioran velozmente, los recursos hídricos escasean y la deforestación aumenta, al igual que la contaminación del aire y del suelo. La excesiva cría de ganado ha derivado en la erosión de los suelos y la deforestación ha causado importantes daños ambientales, como la extinción de cientos de especies animales y vegetales.

Además, la ganadería es considerada como una de las mayores causas de contaminación del agua, pues contribuye a la eutroficación, un proceso en el que se disminuyen las partículas de oxígeno en el recurso hídrico, lo cual propicia el deterioro de los arrecifes de coral y genera zonas muertas en las áreas costeras.

La FAO advierte que las principales fuentes de contaminación son los residuos animales, los antibióticos y las hormonas, las sustancias químicas de los curtidos, los fertilizantes, los plaguicidas utilizados para los cultivos de pasto y los sedimentos de los pastizales erosionados.

Según esa institución, la producción de carne y de leche vacunas es responsable de la mayoría de emisiones de gases de efecto invernadero del sector agropecuario (41 y 20 por ciento, respectivamente). La carne de cerdo y la carne y los huevos de aves de corral contribuyen con el 9 y el 8 por ciento de las emisiones.

Si se miran con mayor detalle las actividades relacionadas, la producción de alimentos especiales para animales y la fermentación que se produce en el aparato digestivo de los rumiantes son las fuentes principales de emisiones de gases con efecto invernadero y responsables, respectivamente, del 45 y el 39 por ciento de las emisiones del sector. El almacenamiento y la elaboración del estiércol representa el 10 por ciento.

El resto se atribuye al consumo de combustible fósil a lo largo de las cadenas de suministro pecuario y a la expansión de los pastizales y cultivos forrajeros a expensas de los bosques.

Hacerlo mejor es negocio

Existen prácticas y tecnologías que pueden reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, pero, de acuerdo con la FAO, aún no están muy difundidas. Algunos sectores de la industria ganadera están cobrando conciencia de la relación directa que existe entre la intensidad de las emisiones de gases y la eficacia con que se utilizan los recursos naturales.

Saben que a mayores emisiones de óxido nitroso, metano y dióxido de carbono (los tres principales gases de efecto invernadero emitidos por la industria pecuaria) hay más pérdidas de energía y materia orgánica y, en consecuencia, menos eficacia y productividad.

Muchos saben de la necesidad de mejorar la eficiencia de la producción y lo están haciendo: cambian a concentrados de mejor calidad, balancean la dieta de los animales para reducir las emisiones entéricas y del estiércol, mejoran la selección y la sanidad animal y ayudan a reducir la parte improductiva del hato, entre otras medidas. Sin embargo, estas tecnologías no parecen ser suficientes.

Los miembros del Comité de Ética de Dinamarca han debatido si es más adecuado dejar a los consumidores en libertad de tomar decisiones más respetuosas con el ambiente o si debería ser labor de los gobiernos orientarlos en la dirección correcta mediante impuestos que graven los alimentos que tienen un impacto negativo en el clima.

Mickey Gjerris, portavoz del comité, admite que son los ciudadanos los que tienen la obligación de cambiar sus hábitos de alimentación. “Pero si se deja esta opción a los consumidores, no será efectiva. Una respuesta eficaz y que contribuya a crear conciencia sobre el cambio climático requiere de leyes para regular los alimentos que destruyen los recursos naturales y que, de distintas formas, dañan nuestra salud”, concluye Gjerris.

Las metas del Acuerdo de París

El Acuerdo de París busca evitar que el incremento de la temperatura media del planeta supere los 2 ºC respecto de los niveles preindustriales. El convenio plantea la mayor ambición posible para reducir los riesgos y los impactos del cambio climático e incluye todo lo necesario para alcanzar este objetivo.

Así mismo, reconoce la necesidad de que las emisiones toquen techo lo antes posible, y asume que esta tarea tomará más tiempo en los países en desarrollo. En cuanto a la reducción de emisiones, se establece la necesidad de conseguir la neutralidad, es decir, un equilibrio entre la emisión y la absorción de gases de efecto invernadero, en la segunda mitad del siglo.

 


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