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  Por el libro

El Nuevo Herald

Aunque los compradores de última hora llenaron tiendas y centros comerciales en el último fin de semana previo a la Navidad, parece que muchos estadounidenses no llegaron con el espíritu de comprar con confianza. En esta temporada navideña, los estadounidenses lucían con preocupaciones en la mente.

Los consumidores del noreste del país y el Atlántico medio, que representan 24 por ciento del menudeo a nivel nacional, se tropezaron con la supertormenta Sandy. El meteoro golpeó a finales de octubre y afectó a viviendas y negocios durante varias semanas.

Los compradores también están cada vez más preocupados por el “precipicio fiscal” que parece avecinarse rápidamente: si los legisladores no se ponen de acuerdo en el tema del presupuesto, en enero entrará en vigor un aumento de los impuestos y recortes al gasto.

En diciembre, la confianza del consumidor bajó a su menor nivel desde julio debido a las crecientes dudas sobre la economía, reveló un índice el viernes.

La reciente matanza en una escuela de Newtown, Connecticut, también apagó el estado de ánimo de los clientes, según opinan los analistas.

Esta confluencia de factores ha afectado el consumo navideño, una mala noticia para las tiendas, que en noviembre y diciembre pueden llegar a hacer el 40 por ciento de sus ventas anuales. Los negocios contaban con el último fin de semana previo a la Navidad para recuperarse de las ventas navideñas alicaídas. Se esperaba que este sábado fuera el día más fuerte en ventas luego del Viernes Negro, que sigue al Día de Acción de Gracias.

“Es muy difícil tener ánimos”, dijo Linda Fitzgerald, una enfermera de 51 años, quien el sábado acudió con su nieta de 17 años a un centro comercial de Nueva Jersey a hacer apenas sus primeras compras de la temporada.

Planeaba gastar $1,500 en regalos, mucho menos si se compara con los $4,000 que gastó el año pasado. Fitzgerald quería comenzar sus compras la semana pasada, pero simplemente no se sintió con ganas después de que le diagnosticaran cáncer a su hermana, aumentaran sus preocupaciones sobre la economía y la deprimiera la matanza en Connecticut.

Deborah O’Conner, de 51 años, dijo que la supertormenta la obligó a cambiar sus planes para gastar en esta época, ya que pasó todo noviembre ayudando a sus padres y su primo, cuyas casas en Long Island resultaron afectadas por Sandy.


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