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  Por el libro

The Wall Street Journal

NUEVA YORK—Alison Caporimo, una joven de 24 años que vive en el East Village, en el sur de Manhattan, no se intimida ante la avalancha de flamantes computadoras y teléfonos inteligentes.

Pero a la hora de lidiar con los antiguos teléfonos públicos, esta editora de una revista se dio cuenta de que había subestimado sus complicaciones.

"Desperdicié muchas monedas", confiesa Caporimo, quien hasta el martes nunca había utilizado un teléfono público.

Debido a la pérdida de servicio celular, después de que el huracán Sandy dejara a su barrio sin electricidad, la joven se vio obligada a hacer un curso intensivo en el funcionamiento de estas reliquias de la tecnología rudimentaria. El miércoles, volvió al teléfono público con más monedas de 25 centavos y una mejor idea de dónde están localizados los teléfonos en su área.

Desde el lanzamiento del iPhone, el teléfono público no había vuelto a gozar de tanta demanda como con el paso de Sandy.

Los desastres naturales tienden a vindicar los teléfonos públicos. Con sus estructuras toscas que usualmente los ubican en partes altas y a menudo detrás de cabinas de cristal, suelen seguir funcionando incluso durante apagones e inundaciones. Cuando las cosas empeoran, el gran desafío es de hecho evitar que se sobrecarguen de monedas.

 

 

"Los teléfonos que normalmente reciben dos dólares al día ahora están recibiendo hasta US$50 diarios", asegura Peter Izzo, de Van Wagner Communications, una de las 13 franquicias que operan teléfonos públicos en Nueva York.

El martes, después de que pasara la tormenta, la gente esperaba en fila bajo sus paraguas para poder utilizar los teléfonos públicos en la parte sur de Manhattan.

"Cuando se dan situaciones de emergencia, a veces tenemos que desocuparlos a diario", señala Thomas Keane, presidente ejecutivo de Pacific Telemanagement Services, una operadora de teléfonos públicos cuyas ubicaciones en Nueva York incluyen centros de transporte público, hospitales y estaciones de policía. Con unas 300 o 400 llamadas se llenan de monedas.

Al igual que después de los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001, y el gran apagón en 2003, Sandy ha puesto en evidencia las limitaciones de los celulares. No sólo requieren de electricidad para cargarse, sino que además no tienen cobertura si una gran tormenta deja fuera de servicio la infraestructura de telecomunicaciones que provee la recepción.

De hecho, la pila de un celular se agota más rápido si está constantemente buscando señal.

En cualquier día normal, los neoyorquinos pasan por los teléfonos públicos sin inmutarse. Para muchos, los aparatos son tan extraños que el sitio web oficial de la ciudad tiene una sección de preguntas y respuestas sobre ellos: ¿Alguien los utiliza? "Si bien su uso ha descendido drásticamente", dice, "los teléfonos públicos siguen utilizándose para llamadas regulares y de larga distancia".

La última vez que Leslie Koch había utilizado uno de estos teléfonos fue durante el apagón de 2003. Desde entonces, reconoce, "no sabía siquiera que funcionaran".

Pero con Sandy, lo viejo se volvió nuevo para ella, conforme su BlackBerry, iPhone, iPad y dos laptops dejaron de funcionar. Después de llamar a su madre desde un teléfono público, conmemoró la ocasión tuiteando una foto de sí misma por Instagram.

Pese a su aparente anonimato, los teléfonos públicos no están del todo extinguidos. En Nueva York siguen existiendo en torno a 12.000, frente a los 35.000 de hace dos décadas, dice el Departamento de Tecnología de la Información y Telecomunicaciones, que regula los teléfonos públicos en las aceras de la ciudad.

Esta cantidad podría volver a reducirse después de octubre de 2014, cuando expira el contrato de 13 compañías que poseen y operan los teléfonos en Nueva York.

En el West Village, en el oeste de Manhattan, Oscar Guzmán convirtió el teléfono público de su esquina en una oficina temporal, utilizándolo para encontrar un hotel en el que se pudiera quedar con sus dos perros.

Sin contactos disponibles, Guzmán, de 34 años, había apuntado los números de teléfono que necesitaba en tarjetas. "Es una pesadilla", dijo. "El sonido es terrible".

De todos modos, conforme la ciudad va volviendo lentamente a la normalidad, empiezan a verse señales de que el momento de gloria de los teléfonos públicos tiene las horas contadas. Un paseo el miércoles por la parte norte de Manhattan reveló teléfonos públicos vacíos cubiertos de publicidad. Desde la calle 28 a la 48, por la Sexta Avenida, no había ninguna persona que estuviera hablando por un teléfono público. La ciudad volvía a ser sí misma.


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