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22 de febrero de 2017

El Pais

Las autodenominadas “bebidas energéticas” se han colado en nuestras vidas con la misma rapidez con la que se expande un peligroso incendio. Hay varios motivos por los que conviene entrecomillarlas, como hace la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA).

El más importante es el siguiente: pese a que es una acepción que nos hace creer que nos proporciona energía, lo cierto es que la EFSA no permite, desde 2011, que los fabricantes de estas bebidas les atribuyan la capacidad de mejorar el rendimiento mental, el tiempo de reacción, la alerta o la memoria, o de “energizar”. Pese a ello, su publicidad insinúa que pueden “energizar” o “potenciar” a sus consumidores. Cuando lo único que hacen es aumentar nuestro riesgo de sufrir diversos trastornos.

 

Hay quien confunde a estas bebidas con las diseñadas para deportistas, conocidas como bebidas isotónicas. Ambas tienen puntos en común, como la presencia de elevadas cantidades de azúcar, pero las bebidas energéticas contienen mucha cafeína (entre 70 y 400 miligramos por litro, y a veces más), algo que no ocurre en las primeras.

Casi todas las bebidas “energéticas” contienen una sustancia llamada taurina (un aminoácido que nuestro cuerpo fabrica por sí mismo y al que la EFSA prohíbe acompañar de declaraciones de salud) y en bastantes ocasiones innecesarias vitaminas y rocambolescas combinaciones de extractos de plantas.

 

Datos de 2014 apuntaban que sus ventas aumentan a escala mundial como mínimo a un ritmo un 10% cada año anual, aunque es probable que la cifra se quede corta: en el Reino Unido, las ventas de estas bebidas aumentaron un 155% entre 2006 y 2014.

Por desgracia, de manera paralela a sus ventas aumentan los problemas que provocan en los consumidores, sobre todo si son niños o adolescentes, que son precisamente el público diana de sus estrategias de mercadotecnia. El consumo de estas bebidas supone asumir numerosos riesgos, que podemos agrupar en tres grupos. El primero es el de tomar demasiado azúcar: en algunas latas de bebidas “energéticas” llegamos a encontrar el equivalente a 20 cucharaditas de azúcar, con los problemas que ello genera (como caries, obesidad o diabetes tipo

 

2). El segundo problema es tomar demasiada cafeína, algo que puede provocar trastornos como peor calidad del sueño, alteraciones de la tensión arterial, palpitaciones cardíacas, náuseas, vómitos o incluso convulsiones. Una investigación publicada en marzo de 2016 en la revista International Journal of Cardiology detalló que su consumo aumenta el riesgo de padecer diversas complicaciones cardiovasculares incluso en adultos sanos.

Y el tercer problema, el más preocupante, es que estos productos a menudo se combinan con alcohol. Esta costumbre es muy peligrosa, sobre todo en menores de edad, dado que la elevada cantidad de cafeína que contienen las bebidas “energéticas” enmascara los efectos depresores del alcohol sobre el sistema nervioso central. Cuando tales efectos tardan en aparecer (se camuflan por el efecto estimulante de la cafeína) el individuo puede seguir consumiendo bebidas alcohólicas sin encontrarse mal, algo potencialmente letal. Quien mezcla alcohol con estas bebidas es tres veces más propenso a beber excesivamente, lo que aumenta las posibilidades de sufrir una intoxicación etílica.


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