1 de septiembre de 2011
Wsj.com
David Lat estimó que su billetera había llegado al punto de saturación cuando recientemente catalogó su contenido y se encontró con un recibo de un cajero automático de un banco de Bogotá, una tarjeta de regalo de una tienda de ropa a la que va sólo ocasionalmente y otra tarjeta de fidelización de un club que está casi seguro que le permitirá conseguir una entrada gratis para el megaplex local algunas noches durante la semana. ¡Oh!, y también había tarjetas de tránsito de no menos de cuatro ciudades de Estados Unidos. Y un pedazo de papel recordándole las dimensiones de una mesa de café que quiere para su apartamento en la ciudad de Nueva York. Y las curitas. Y un mapa en miniatura del metro. Y US$178 en efectivo, por si acaso se le ocurre ir a una tienda que no acepte una de las ocho tarjetas de crédito y débito escondidas en su protuberante billetera. El ex abogado de 36 años, ahora empresario de Internet, explica, "vivo con el miedo de estar sin lo necesario en el momento crucial". Courtney Zbinden terminó haciendo un cálculo similar después de que esta profesional del sector editorial en Nueva York inspeccionara su cartera y descubriera tarjetas de crédito y débito para cuentas que había cerrado hacía años, por no mencionar la tarjeta de identificación de sus ya lejanos días de universidad. (Y sí, también una del instituto). ¿Su excusa? "Estoy acostumbrada a pensar que una tarjeta de plástico es algo permanente que es necesario llevar". Más que darse cuenta, en el caso de Rob Holland el descubrimiento fue producto de una sensación física, específicamente de un dolor en su espalda. Cuando este promotor de entretenimiento de Boca Ratón, Florida, tuvo un pequeño accidente de coche hace un año, terminó cayendo con fuerza sobre su cadera, o más específicamente sobre una colección de plástico, efectivo y efectos personales efímeros de un grosor de casi 13 centímetros guardado en su bolsillo trasero. Un día después del accidente, un médico descubrió el origen de su dolor: "Tenía un moretón con la forma de mi billetera", dijo Holland. Aquí, en la parte trasera de muchos profesionales estadounidenses, está uno de los más inesperados giros en la evolución de las finanzas personales. En un momento en el que la gente parece depender cada vez más de sus teléfonos inteligentes para todo tipo de interacciones con el mundo, la billetera —el más viejo de los artefactos de mano— se ha mantenido como un accesorio sorprendentemente imperecedero. De hecho, para muchas personas la billetera no sólo no está desapareciendo sino que está engordado, y muchos estadounidenses cargan tantas cosas en sus bolsillos que sus billeteras se han convertido en "archiveros andantes". Incluso los fabricantes de billeteras, que han estado lanzando modelos cada vez más finos durante años, parecen estar desconcertados por la tendencia. Esa billetera de dos caras gigante y gorda "es aún nuestra estrella de ventas", dice el vocero de Wilsons Leather, uno de los más antiguos especialistas de billeteras del país. Es una historia que puede ser contada con números. Según un análisis hecho por Experian, la agencia de calificación de crédito personal, 11% de los estadounidenses tienen ocho tarjetas de crédito o más. E incluso la media de tarjetas que tiene una persona es de 3,5, según el Banco de la Reserva Federal de Boston. Además de este plástico más tradicional, ha habido una explosión de tarjetas de regalos, prepagos, débito y fidelización, algo que prácticamente no existía hace una década. El segmento de la fidelización por sí solo se ha disparado. Colectivamente los estadounidenses tienen 2.000 millones de membresías de los llamados programas de recompensas tanto de aerolíneas como de tiendas de helados de yogurt del vecindario. En 2007, había 1.300 millones de membresías. Y muchas de las tarjetas se llevan en billeteras y bolsos. "Les llamo las minicarteleras publicitarias de bolsillo", dice Kelly Hlavinka, socia gestora de Colloquy, un grupo de la industria de los programas de fidelización. Y no olviden, por supuesto, todas las otras cosas que han estado siempre en nuestras billeteras y bolsos y parecen estar destinadas a permanecer en ellos. Concretamente, el permiso de conducir, la tarjeta del seguro, la de la biblioteca, la identificación de la oficina, la del metro y el autobús, e incluso la tarjeta de fianza ("para salir gratis de la cárcel", en cierto modo) que AAA, el club para automovilistas de EE.UU., aún proporciona a millones de sus miembros por si acaso se encuentran con problemas con los agentes de tráfico. Todo eso tiene que caber junto con las tarjetas de presentación, los mensajes de las galletas de la fortuna y otras cosas que terminan en las pequeñas ranuras de la billetera y se quedan ahí para siempre. La situación ha llegado a un punto tan absurdo que incluso Charles Moran, presidente del Consejo de Estandarización de Planificación Financiera (sí, los mismos que aconsejan a los consumidores cómo gestionar su dinero, entre otras cosas), lleva una billetera a punto de explotar que incluye cosas "tan necesarias" como un informe cardíaco antiguo. "Puedo ir con la mitad de cosas que llevo en ella", admite. Algunos estudiantes del comportamiento humano dicen que esta tendencia, por anacrónica que parezca, no es demasiado rara después de todo. La necesidad de transportar nuestras valiosas posesiones personales en nuestra parte trasera —o en nuestros bolsillos—, podría ser incluso parte del mecanismo de la naturaleza humana que se remonta a los tiempos nómadas cuando "la casa" era la sombra del árbol más cercano o una cueva. Y cuando los tiempos son económicamente más duros, —como en la reciente crisis financiera— la tendencia a embutir y llevar se hace más pronunciada, dice el doctor Simon Rego, director de capacitación psicológica en el Centro Médico Montefiore de Nueva York. Otros ofrecen una razón menos científica. Es sólo una costumbre (como comer en exceso en la mesa de un restaurante buffet) a la que es difícil renunciar. Chris Honeycutt, consultor de computación y pastor en Hartsville, Carolina del Sur, admite que no se anima a limpiar su billetera, que en este momento contiene más de 20 tarjetas. Entre ellas, una antigua de regalo de la tienda de electrónica de consumo Best Buy que él sabe que probablemente no use, especialmente porque sólo contiene 54 centavos. ("¡Hey!", dice Honeycutt, "¡son 54 centavos!"). Uno podría pensar que en un momento en el que todo, desde la compra de alimentos hasta ir al banco, tener una cita o incluso la movilización política global se hace a través de Internet, tendríamos alternativas sin hilos a lo que llevamos en el bolsillo. Y si creemos a las relaciones públicas de los fabricantes de teléfonos inteligentes y los gigantes de Internet como Google, el día de la billetera digital está cercano. (De hecho, los consumidores en Japón usan ya sus celulares para pagar por artículos diversos como boletos de aerolíneas o latas de gaseosa). Sin embargo, en este país, el comercio sin billetera sigue siendo más una promesa que una realidad en la que no se avanza por las disputas sobre todos los aspectos de esta, desde estándares tecnológicos hasta la cuestión de cómo dividir las comisiones de las transacciones. Ninguno de los jugadores de esta industria "quiere saltar a este campo hasta que lo hagan todos", dice Kenneth P. Weiss, pionero de seguridad informática que sigue de cerca el sector de las tarjetas. Entonces, ¿qué deben hacer los estadounidenses si no pueden ir sin sus billeteras? Una respuesta directa, dice un experto en finanzas personales, es rebajar el peso de esta a la mitad. Acarrear toda esa basura no sólo anima a los consumidores a gastar más (y sin pensarlo), sino que también complica hacer un seguimiento del gasto. "Cuantas más tarjetas se tienen, más probable es que uno se olvide de pagar alguna", dice Peter J. D'Arruda, fundador de Capital Financial Advisory Group en Cary, Carolina del Norte, que enseña a sus clientes a ser más eficientes con sus finanzas. Otra preocupación: la posibilidad del robo de la identidad. Es una cuestión que refuerza un estudio reciente sobre datos de quejas hecho por Travelers. El gran asegurador encontró que 76% de todos los casos de fraude de identidad denunciados en 2009 fue el resultado del robo de algo físico, una billetera o una tarjeta de crédito. Como contraste, sólo 9% fue debido "a una quiebra en los servicios de data o Internet". El mejor consejo, según los expertos financieros, es encontrar un momento libre un sábado por la tarde, vaciar el contenido entero de su billetera en la alfombra del salón y hacer una purga. Los profesionales de las finanzas dicen que la inmensa mayoría de los consumidores pueden vivir con dos o tres tarjetas de crédito, elegidas en parte según sus programas de recompensa (una tarjeta, por ejemplo, que ofrece mejores millas para conseguir vuelos, otra que devuelve mejores porcentajes sobre el total de la compra de gasolina, alimentos o lo que sea que usted compre semanalmente). En cuanto a las tarjetas de fidelización, tírelas. La mayoría de las tiendas pueden identificar a un cliente con otra información como su nombre y número de teléfono. Y si su auto se rompe en la mitad de la nada y ha dejado su tarjeta de AAA en casa, no se preocupe, esta organización le atenderá la llamada y su pedido de servicio en la carretera. ¿Qué no se debe tirar? Sorprendentemente, la tarjeta de fianza, tanto si es de la AAA como si es de otro proveedor. (No hay sustituto para eso, a no ser que se llame a un amigo o familiar para que se acerque a la cárcel del condado). ¡Oh! Y una cosa más. Según un estudio hecho en 2009 por psicólogos de Edimburgo, Escocia, hay más posibilidades que se devuelva una cartera perdida si hay una foto o dos dentro de ella. La tasa de devolución era mayor (88%) para carteras que incluían la foto de un bebé. (Una de cada dos billeteras con las fotos de un perrito fueron devueltas). Quienes no tengan niños, sin embargo, no deben preocuparse. Richard Wiseman, el autor del estudio de Edimburgo, dice que es conveniente conseguir la foto "de uno de los bebés más lindos que pueda" y asegurarse de que se expone de forma prominente.