2 de mayo de 2011
El Nuevo Dia
Ya sea porque están sobrecualificados, estudiaron una profesión que está saturada en el mercado laboral o por culpa de la recesión económica, es un hecho que a los jóvenes puertorriqueños les resulta cada vez más difícil alcanzar la independencia económica. Aunque no sea su intención, estos jóvenes, cuya edad oscila entre los 21 y 34 años, siguen viviendo con sus padres, quienes prácticamente los mantienen. La Encuesta sobre la Comunidad de Puerto Rico del 2009 que elaboró el Negociado Federal del Censo reveló que para ese año había 374,547 jóvenes de 21 a 34 años que aún vivían con sus padres. De esos, 36,899 tenían algún impedimento físico o mental, mientras que 337,648 estaban en perfecto estado de salud. Estas estadísticas demuestran que en uno de cada cuatro hogares (23%) donde el padre o madre es jefe de familia hay hijos entre los 21 y 34 años. La cifra considera hijos biológicos, de crianza y adoptivos. Una de estas jóvenes es Natalia Nevárez Rovira, de 25 años y residente en Bayamón, quien en el 2008 completó un bachillerato en periodismo en el recinto de Río Piedras de la Universidad de Puerto Rico (UPR) y en diciembre pasado acabó una maestría, también en periodismo, en la Universidad Internacional de Florida (FIU). Además, está certificada en fotografía digital y diseño gráfico. Desde que regresó al País hace cuatro meses, Nevárez Rovira no ha conseguido un trabajo fijo. "He hecho muchos chivitos: dando tutorías, repartiendo ‘flyers’, de niñera y ayudando en investigaciones de tesis. También ayudo en mi casa: limpio, cocino y lavo ropa. Mis papás son los que me mantienen todo, todo. Ando con el dinero que me dan", reconoció. Aunque aseguró que anímicamente aún se siente bien, admitió que sí le preocupa cómo pagará los $30,000 en préstamos que tomó para costear su maestría. ¿Por qué no consigues trabajo?, le preguntó El Nuevo Día. "Puede ser que esté sobrecualificada, pero aquí hay mucha gente como yo. También sé que no hay mucho trabajo en mi área, pero mantengo la fe y la esperanza de que algo va a aparecer", dijo Nevárez Rovira. Les falta experiencia Una historia similar cuenta Nadja Lebrón Ramos, de 24 años y residente en San Juan, quien trabaja -cuando la llaman- como "banquetera" en el Centro de Convenciones Pedro Rosselló. No obstante, la joven obtuvo en el 2009 un bachillerato en ciencias políticas en el recinto de Río Piedras de la UPR y hace dos meses acabó su maestría en justicia criminal en la Universidad Interamericana. "Lo único político que tiene mi trabajo es que se llama Pedro Rosselló", bromeó Lebrón Ramos tras indicar que los $400 mensuales que se gana apenas le dan para costearse la gasolina, el celular y las tarjetas de crédito. "Vivo con mis padres, quienes me ayudan en lo que pueden, pero lo que tienen apenas da para ellos. No somos una familia adinerada", dijo al señalar que la incertidumbre en sus días le causa ansiedad y depresión. Lebrón Ramos relató que ha buscado trabajo hasta de recepcionista, ocasión en la que optó por escribir en su resumé que solo tenía un diploma de cuarto año para que no pensaran que estaba sobrecualificada. "Pero luego lo descarté porque quiero un trabajo en lo que estudié y donde me paguen más del mínimo", expuso. Indicó que no cuenta con experiencia laboral suficiente, ya que durante sus años de estudios nunca le requirieron realizar prácticas o internados. Este hecho, reconoció, le dificulta todavía más entrar al mundo laboral. A fin de probar su suerte, Lebrón Ramos se matriculó en un curso de mediación de conflictos en el Tribunal Supremo. Su meta es acabarlo en julio próximo y crear su propia oficina. "Quiero estudiar leyes y necesito un trabajo sólido para esa carga económica", manifestó. Impacto emocional El psicólogo clínico Luis Caraballo, profesor en el Departamento de Psiquiatría del recinto de Ciencias Médicas de la UPR, contó que en los últimos años son más los jóvenes que llegan a su oficina con sentimientos de frustración, tristeza y desesperanza porque no consiguen trabajo a pesar de que están bien cualificados. Dijo que también llegan con coraje y pensamientos negativos o catastróficos, por ejemplo, cuestionándose por qué escogieron determinada carrera o por qué optaron por estudiar en vez de trabajar desde el principio. "A eso se le suma la presión de que la educación cada vez es más cara, incluso en la UPR. Eso los lleva a meterse en préstamos estudiantiles. Y está también la presión de que se les exige experiencia", indicó Caraballo. El hecho de verse obligados a regresar al techo de sus padres tras experimentar una "seudoindependencia" en la universidad, les crea incomodidad. Según el galeno, los jóvenes se sienten mal porque están viviendo de sus padres, aun sabiendo que pueden estar peor que ellos económicamente hablando. "Para los jóvenes siempre es más cuesta arriba entrar el mundo laboral. Al no tener tanta experiencia ni madurez, se hace más difícil trabajar a nivel emocional. Mientras más joven, más impulsivo es. Antes había más salida para los jóvenes, la economía estaba boyante", dijo. A modo de recomendación, Caraballo exhortó a los jóvenes a desarrollar una mentalidad más realista, ya que no siempre se consigue trabajo rápido en lo que se estudió. También los exhortó a no casarse, ni tener hijos a temprana edad, ya que representan gastos adicionales. "También tienen que estudiar las tendencias del mercado a la hora de escoger sus profesiones", expresó. A nivel patronal, pidió a los empleadores descartar lo que llamó "psicología de opresión", que consiste en hacerles el camino más difícil a los profesionales en desarrollo, por ejemplo, exigiéndoles experiencia previa. Mentes que emigran La demógrafa Judith Rodríguez planteó que el hecho de que los jóvenes no consigan trabajo aquí está directamente relacionado con su migración a Estados Unidos. Ese es el caso de Emanuel Robles Berríos, de 28 años y residente en Bayamón, quien el pasado jueves partió hacia Chantilly, Virginia, a una entrevista de trabajo en la firma Hewlett-Packard. Si lo aceptan, afirmó, se queda allá. Robles Berríos tiene un bachillerato en comunicaciones de la Universidad del Sagrado Corazón y una maestría en mercadeo y finanzas de la Interamericana. Sin embargo, trabaja hace seis meses vendiendo propiedades de cementerios. Ese trabajo, indicó, es por comisión, por lo que no tiene un ingreso mensual fijo. "He estado sobreviviendo de ahorros. Mis viejos (padres) me costearon el viaje a Virginia. Ahora vivo con mi pareja, pero si al cabo de seis meses no consigo nada, voy a tener que depender de mis viejos", sostuvo. El joven bayamonés dijo que siente ansiedad, depresión y estrés, por lo que no dudó en solicitar un trabajo en el exterior que, como mínimo, le asegure una "paga justa".