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  Por el libro

12 de septiembre de 2009

La Opinion

CHICAGO (AP) " Hace un año, concluyó la era del consumo desmedido. Ahora, Estados Unidos se hace esta pregunta como si fuera una obsesión: ¿Volverá el gasto de los consumidores alguna vez a los niveles observados antes de la recesión?

Cada vez más, la respuesta parece ser un no. Es normal ajustarse el cinturón en las épocas de vacas flacas. Y después de casi todas las demás recesiones, desde la Segunda Guerra Mundial, el cuidar cada centavo se volvió una actitud que fue pasando rápidamente de moda a medida que los estadounidenses volvían a comprar casas, automóviles y demás bienes.

Esta vez es diferente. Al igual que la Gran Depresión que comenzó en 1929, la Gran Recesión parece destinada a convertir a muchos estadounidenses, de manera perdurable, en personas que recortan cupones, se muestran avaras y buscan cualquier forma de ahorrar dinero.

Durante la última década, los consumidores acumularon una montaña de deuda que no será fácil de sanear. El segmento poblacional que realiza los mayores gastos es el conocido como "baby boomers", personas nacidas entre el final de la Segunda Guerra Mundial y la década de 1960.

Pero ahora, ese grupo enfrenta una presión especial, pues se le agota el tiempo antes de su jubilación.

Un estudio por parte de la firma investigadora AlixPartners concluyó que, una vez que se establezca la nueva normalidad tras la recesión, los estadounidenses gastarán aproximadamente al 86% de su nivel anterior a la crisis.

En una economía basada en el consumo, las implicaciones son considerables si ese pronóstico resulta acertado:

"Por cada cocina que no se remodele, habrá ventas perdidas de componentes y materiales, así como menos trabajos para diseñadores y contratistas. A medida que más dueños de viviendas realicen por su propia cuenta los trabajos de remodelación, habrá menos trabajo para jardineros, plomeros y trabajadores de mantenimiento.

"Por cada comprador que deja de acudir a las tiendas de lujo para visitar las de descuento, habrá menos ganancias para los minoristas y manufactureros. Los detallistas seguirán ofreciendo menos opciones de productos para reducir sus inventarios, y se replantearán la ubicación de algunos establecimientos así como las campañas de publicidad.

Si las ventas de automóviles y camiones muestran un promedio más cercano al nivel de la recesión, de 10 millones de unidades al año, en vez de los 16 millones observados en los tiempos de bonanza, más proveedores cerrarán sus puertas y habrá una mayor consolidación entre las distintas armadoras de vehículos. Los impuestos que se dejan de pagar al mermar las ventas de vehículos seguirán presionando los presupuestos de gobiernos estatales y locales.

La austeridad sería buena para los presupuestos familiares, pero mala para la economía nacional. Y ello tiene el potencial de reforzar y mantener el ánimo pesimista.

Una encuesta realizada por Gallup el mes pasado detectó que siete de cada 10 estadounidenses están reduciendo sus erogaciones semanales, un número que se ha mantenido constante durante todo el verano boreal.

Un año después de que el derrumbe del sector financiero, ocurrido en el último trimestre del año pasado, convirtió lo que parecía una desaceleración económica en la peor crisis desde la Gran Depresión, el poco deseo de gastar el dinero sigue siendo alimentado por dos motores: La necesidad y el temor.

El desempleo sigue subiendo y alcanzaría el 10% antes de que concluya el año, algo que no se observa desde 1982. Muchos de quienes tienen todavía empleo reciben menos paga, y pasará mucho tiempo antes de que las inversiones vuelvan a sus niveles anteriores a la crisis.

Kathy Haney, de 46 años y residente en Orland Park, Illinois, tiene un empleo, pero está reduciendo sus compras. Por ejemplo, en vez de comer en la calle, prepara su almuerzo en casa para comerlo en el trabajo.

"Una adquiere diferentes prioridades porque nunca sabe si tendrá empleo mañana", dice la secretaria de un despacho de abogados. "Uno lo piensa dos veces ahora. Tengo seis televisores en la casa. ¿Realmente necesito una nueva pantalla plana?"

Para ella y para muchos otros estadounidenses, la respuesta es no. Las causas subyacentes de la crisis sugieren que ha comenzado un cambio fundamental. Los gastos personales han caído en cuatro de los últimos seis trimestres, algo que sucede por primera vez desde que comenzaron a llevarse los registros cada tres meses, en 1947.

En una recesión normal, un ciclo de reducción de gastos de los consumidores y de despidos termina dando lugar a un ciclo virtuoso. Los consumidores comienzan a gastar de nuevo. Las fábricas aumentan la producción para satisfacer la mayor demanda y contratan a nuevos trabajadores. Suben las ganancias, lo que genera mayores gastos, más producción y más empleo.

Hasta la Gran Recesión actual, la peor crisis económica desde la Segunda Guerra Mundial fue en el periodo comprendido entre 1981 y 1982. El desempleo llegó a 10,8% en diciembre de 1982, un mes después de que concluyó esa recesión.

La recuperación que vino después fue generada por los "baby boomers", que tenían entonces entre 20 y 30 años. Sus carreras laborales despegaban, todos comenzaban a tener hijos y gastaban liberalmente en casas, muebles, automóviles y todo lo demás.

El ahorro para el retiro era lo último que tenían en mente.

Gracias a ellos, cuando terminó la recesión, hubo un crecimiento explosivo. El gasto de los consumidores aumentó 5,7% en 1983, el PIB se incrementó 4,5% en 1983 y 7,2% en 1984.

Ahora, Sanda Schramm, de 63 años y profesora en Florham Park, Nueva Jersey, junto con su esposo Rob, de 64 años, han debido hacer cambios en sus vidas, después de que sus fondos para el retiro se devaluaron un 20% por la crisis. Desde antes de la recesión ambos eran ahorrativos, pero ahora lo son más.

Cuando la economía repunte y se recuperen sus cuentas de retiro, Schramm dice que seguirá comprando en tiendas de descuento. Su único lujo sería ir con un poco más de frecuencia a restaurantes (actualmente lo hace una vez al mes en lugar de dos veces por semana, como ocurría antes).

"Cuando el mercado inmobiliario y la bolsa estaban en auge, todos se sentían ricos", recuerda. "Pero cuando todo se derrumba, nos sentimos vulnerables".


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