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  Por el libro

4 de marzo de 2009

El Nuevo Herald

Desde financistas que se suicidan, hasta otros que fingen hacerlo, millonarios arruinados han cometido una amplia gama de actos desesperados ante la peor crisis económica desde la Depresión de los años 30.

En ocasiones, la desesperación es abrumadora. Tres días antes de Navidad, y luego de escribir cartas de despedida, Rene-Thierry Magon de la Villehuchet se suicidó en su oficina del centro de Manhattan. El aristócrata francés, de 65 años de edad, un inversionista profesional, había perdido 1.400 millones de dólares tras poner su fortuna y la de sus clientes en manos de Bernard Madoff.

Se estima que Madoff, quien ha logrado eludir hasta ahora inclusive el arresto domiciliario ordenado por un juez, estafó a sus clientes en unos 50.000 millones de dólares. Es, casi con seguridad, el fraude más grande en la historia de Estados Unidos.

Amigos y familiares del inversionista francés dijeron que se sentía profundamente avergonzado y deprimido por el fraude que acabó con sus ahorros y los de sus clientes, muchos de ellos amigos personales. Por lo tanto, el 22 de diciembre de 2008 ingirió una letal dosis de píldoras, colocó un cesto de basura debajo de su brazo derecho, y se abrió las venas con una cuchilla, de esas utilizadas para cortar cajas de cartón.

En otras ocasiones, la desesperación es reemplazada por la audacia.

Marcus Schrenker, un empresario de Indiana, de 38 años de edad, había sido acusado de defraudar a sus inversionistas al no revelarles deudas por cientos de miles de dólares. Cuando enfrentaba un proceso que le reclamaba devolver 533.000 dólares, Schrenker urdió lo que pensó era un ingenioso plan destinado a simular su muerte. Para eso abordó el 11 de enero de 2009 su avioneta privada, envió un mensaje de auxilio cuando sobrevolaba Alabama diciendo que el parabrisas de la aeronave se había hecho trizas, y que él estaba sangrando profusamente. Tras ese dramático anuncio, Schrenker se lanzó en paracaídas de su Piper Malibu.

La avioneta fue descubierta posteriormente en un pantano de la Florida y alguaciles federales encontraron al inversionista oculto en un camping del mismo estado la noche siguiente. Pero en esa ocasión, Schrenker sí estaba sangrando profusamente. Se había cortado las muñecas y estaba delirando, mientras murmuraba "muere". De todas maneras, su estratagema le falló. Ahora, además de verse obligado a pagar los 533.000 dólares reclamado por sus deudores, tendrá que rendir cuentas a la justicia por estrellar una aeronave de manera deliberada y por hacer un falso pedido de auxilio.

En el último año, se han registrado más de 10 de ese tipo de incidentes, tanto en Estados Unidos como en otras naciones, cometidos por personas cuyas finanzas se han desintegrado.

Sólo en enero, tres financistas se suicidaron. El multimillonario alemán Adolf Merckle, que perdió una fortuna al caer las acciones de la Volkswagen, se arrojó bajo un tren. Patrick Rocca, un inversionista irlandés que perdió millones de dólares al colapsar el mercado inmobiliario, aguardó a que su esposa llevara a sus hijos a la escuela para pegarse un balazo en la cabeza. Y en los suburbios de Chicago, otro multimillonario, Steven L. Good, inversionista en bienes raíces, fue hallado muerto en su Jaguar, con un balazo en su cuerpo.

Circulan muchas leyendas en Estados Unidos sobre una epidemia de suicidios de inversionistas en la década del treinta, tras derrumbarse la bolsa de valores de Nueva York. Inclusive existe en la mente de muchos norteamericanos la imagen de corredores de bolsa cayendo de las ventanas de sus oficinas como la lluvia tras el "crash" de 1929. Pero muchos historiadores niegan que eso haya ocurrido.

Sin embargo Winston Churchill, quien visitó la ciudad de Nueva York en esa época, escribió que el día posterior al Martes Negro, se despertó en su cuarto del hotel Savoy-Plaza, debido a una enorme gritería. "Debajo de mi ventana, un caballero se había lanzado desde una altura de quince pisos, y quedó reducido a pedazos, causando una salvaje conmoción y la llegada de la brigada de los bomberos", narró el que luego sería primer ministro de Gran Bretaña.

En 1933, el momento álgido de la Gran Depresión, cuando un 25% de los norteamericanos estaban desempleados, la tasa de suicidio entre los estadounidenses pasó de 14 a 17 por 100.000. Fue la tasa de suicidios más alta de la historia de este país.

Pero no sólo insensatos especuladores sienten que el piso ha desaparecido debajo de sus zapatos. También sus víctimas han sufrido una bancarrota emocional.

Robert Chew, un escritor y consultor, invirtió 1,2 millones de dólares con la firma de Stanley Chais, un filántropo de Beverly Hills, California. Chais cometió el error de invertir su dinero en la firma de Madoff.

Chew y su esposa Sarah nunca habían oído hablar de Madoff hasta que recibieron una llamada telefónica, en diciembre, y fueron informados que habían perdido todo el dinero invertido.

Como han perdido todo el dinero que habían acumulado para el momento de la jubilación, los Chew tratan de encontrar una razón para creer que la vida mejorará.

"Uno mira a su alrededor y se pregunta si habrá algo más bueno que acontecerá en su vida. Mi vida se ha acabado", dice Robert Chew. "Tengo 56 años. ¿Estaré en condiciones de encontrar otro trabajo? ¿O terminaré durmiendo en la calle?"


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