The Wall Street Journal
La industria editorial tiene mucha historia. Según leyendas de la industria, Bennett Cerf y Donald Klopfer fundaron Random House en los años 20 para publicar "unos pocos libros... al azar". Sir Allen Lane creó a la editorial británica Penguin Books en los años 30 luego de no lograr encontrar un buen libro de bolsillo para leer mientras esperaba un tren. Cuando cubrí el mercado de valores de Londres a fines de los años 90, ocasionalmente escribí sobre una editorial pequeña llamada Bloomsbury. Nadie los había escuchado nombrar, hasta que descubrieron una nueva autora para niños y unos libros que había escrito sobre un joven mago.
Hoy hay 70.000 estadounidenses que trabajan para editoriales, alrededor de 15% menos que hace una década. Muchos miles más trabajan como agentes, editores, diseñadores e impresores. Deseo que les vaya bien a todos. Pero sospecho que necesitan comenzar a escribir sus curriculos. No entiendo cómo sobrevive esta industria. De hecho, temo que el fin esté cerca.
La buena noticia es que nunca ha sido tan fácil convertirse en autor. ¿Esa novela —o idea para una novela— en la que ha estado pensando desde hace años? La puede publicar, en cuestión de días.
Acabo de escribir una biografía de Mitt Romney, basada (en parte) en mis notas sobre mis días como columnista del Boston Herald cuando Romney era gobernador de Massachusetts. La estoy publicando yo mismo, a través de Amazon. El proceso es tan rápido y fácil que me hace preguntarme por qué alguien volvería a acudir a una editorial tradicional.
(La principal desventaja es que uno no recibe un adelanto. En esta instancia, mi mayor riesgo es que Romney eche a perder las elecciones con sus errores antes de que el libro pueda llegar a las estanterías).
Sí, hay un proceso de aprendizaje. He tenido que averiguar un poco sobre formatos y modelos. Pero no soy un experto en tecnología, e incluso yo lo he podido dominar. En términos simples, uno copia su texto a un modelo predeterminado de Microsoft Word y lo sube. Luego puede diseñar su propia cubierta en Photoshop y subir eso también, o usar uno de sus modelos. Eso es todo. Lleva unos dos días obtener la edición de prueba, y unos pocos días más lanzar el libro. Luego está disponible, como cualquier otro, en Amazon.com.
También estoy publicando el libro para Kindle, y eso es aún más fácil, unas doce horas desde subir el documento hasta publicarlo.
Este es un contraste sorprendente frente a mi última experiencia de publicar un libro. En ese momento lo hice con una editorial tradicional. Mientras menos cuente de la experiencia, mejor, pero en resumen pasaron 18 meses desde el momento en que tuve la idea hasta que se imprimió. Justo después de que colapsara Lehman Brothers fui a ver un agente y le dije: "Esta crisis será mucho más profunda, más larga y peor de lo que se da cuenta la gente. Quiero escribir una guía de supervivencia para sus finanzas personales". Pero llevó meses lograr que una editorial firmara, y luego el tiempo de producción fue de casi un año. Para ese momento la percepción del público había cambiado. (Desde entonces volvió a cambiar, por supuesto.)
Hace unos pocos días Penguin, que ahora es propiedad de Pearson, anunció que sus ganancias operativas de la primera mitad del año habían caído casi 50%. Luce peor de lo que es: las ganancias volvieron al nivel de hace unos años atrás. Pero lo que sospecho que le está pasando en la industria es un proceso en dos etapas. Primero, la llegada de libros electrónicos benefició a las editoriales. Han podido publicar sus libros en formato electrónico y obtener un mayor margen neto. Pero luego viene una segunda etapa: los autores dejan de lado por completo a la editorial y se publican a sí mismos. Eso es lo que está sucediendo ahora.
Bajo el viejo sistema, el autor tenía suerte si recibía 15% del precio de cubierta. Hoy pueden quedarse con mucho más, hasta 70% en el caso de libros electrónicos.
Hace algún tiempo, comprábamos libros en tiendas. Las editoriales tenían relaciones privilegiadas con los dueños de las tiendas. Así que no se podía llegar al mercado sin ellos. Hoy, esa estructura desapareció. Esto no significa el fin de todos esos empleos en el mundo editorial. Si está escribiendo un libro serio, sigue necesitando un editor de desarrollo, un editor de copia, un lector de prueba, quizás un diseñador para la cubierta, y alguien en marketing. Pero en el futuro esas personas trabajarán en modalidad freelance. Serán contratados por proyecto. Los mejores agentes reestructurarán sus roles para ser administradores, o "productores". Reunirán a la gente necesaria para el proyecto.
Incluso bajo el sistema actual, uno tiene que hacer su propio marketing de todos modos. Naturalmente, estoy teniendo que lidiar con mucho más en Facebook y Twitter que antes. Es un mundo nuevo, feliz o no.
Forrester Research predice que las ventas de libros electrónicos aumentarán desde US$2.200 millones el año pasado a US$10.500 millones para 2016. Pero incluso si es así, ¿a dónde irá el dinero?
Antes, las editoriales podrían usar las enormes ganancias obtenidas con autores como John Grisham o Patricia Cornwell, y usarlas para subsidiar otros libros menos rentables. El formato de la librería alentaba la curiosidad; uno iba a comprar un libro y se llevaba otros cinco que le llamaban la atención.
En el futuro no existirá esa misma práctica de curiosear, y no habrá subsidios. En algún momento, personas como John Grisham o Patricia Cornwell podrían autopublicarse y quedarse con casi el 100% de su producción; la única barrera será Amazon, que controla acceso al Kindle.
La autopublicación producirá un tsunami de libros. Muy pocos serán éxitos financieros. Muy pocos serán buenos. Examinar cuidadosamente para separar el grano de la paja será mucho más difícil que dar una mirada en una librería. Sospecho que los pocos éxitos de ventas acapararán la atención sobre el resto. Hubo una época en la que las porristas de Internet hablaban sobre la idea de que Internet lograría que productos marginales fueran rentables. La realidad parece indicar lo contrario: el dominio abrumador de los pocos.
¿Qué significa eso para la economía de la escritura? Ya veremos. recientemente almorcé en Miami con el escritor Gerald Posner. Trabaja en una gran historia del Vaticano y su riqueza a lo largo de los siglos. Es un tema fascinante e importante. El libro probablemente le lleve cinco años, de comienzo a fin, entre investigar, escribir y publicar. Esta clase de "grandes libros", ¿serán incluso económicos en la nueva era electrónica? Sin adelantos, ni subsidios cruzados. El escritor asume un riesgo enorme, con ventajas casi mínimas también. Tengo mis dudas.