9 de enero de 2012
El Nuevo Herald
TODOS SANTOS -- En los empaques de plástico transparente en los anaqueles de los supermercados de Estados Unidos se pueden apreciar campos verdes, vides y tomates rojo rubí. Sin embargo, en esta época del año, los tomates, pimientos y albahaca certificados como orgánicos por el Departamento de Agricultura estadounidense a menudo provienen del desierto mexicano, y se cultivan con irrigación intensiva. Los agricultores en esta población, en la península de Baja California, el epicentro del próspero y nuevo sector de exportaciones de productos orgánicos de México, describen al trabajo en medio de los cactos como "sembrar en la playa". La Cooperativa del Cabo, un proveedor de Trader Joe’s y Fairway, envía más de siete toneladas y media de tomates y albahaca diarias a Estados Unidos por camión y avión para saciar su demanda de productos perecederos orgánicos todo el año. Sin embargo, aun cuando más estadounidenses compran alimentos con la etiqueta de orgánico, los productos se alejan cada vez más del tradicional ideal orgánico: que no sólo no tengan químicos ni pesticidas, sino que también se cultiven localmente en granjas pequeñas en forma que se proteja al ambiente. El crecimiento explosivo del cultivo comercial de tomates orgánicos en esta población está ejerciendo presión sobre el nivel freático. En algunas zonas, los pozos se secaron este año, lo que significa que los pequeños campesinos de subsistencia no pueden cultivar. Y los tomates orgánicos terminan en una cadena de distribución mundial intensiva en energía que los lleva tan lejos como Nueva York y Dubái, en los Emiratos Arabes Unidos, y produce emisiones significativas que contribuyen al calentamiento mundial. A partir de ahora y hasta la primavera, las granjas de México hasta Chile y Argentina que cultivan alimentos orgánicos para el mercado estadounidense tienen el beneficio de su temporada más ocupada. "La gente ahora compra en el mercado de los productos básicos mundiales, y debe ser escéptica aunque la etiqueta diga ‘orgánico’, la cual no le dice todo lo que necesita saber", señaló Frederick L. Kirschenmann, un distinguido investigador del Centro Leopold para la Agricultura Sustentable en la Universidad Estatal de Iowa. Comentó que algunas granjas grandes que calificaron para ser orgánicas emplean prácticas ambientalmente dañinas, como sembrar un solo cultivo, lo cual es malo para la salud de la tierra, o abusan de los suministros locales de agua dulce. Muchos agricultores e, incluso, organizaciones ambientalistas en México defienden a la agricultura orgánica impulsada por la exportación, aun cuando reconocen que la autoridad mexicana del agua categorizó a más de un tercio de los acuíferos del estado de Baja California Sur como sobreexplotados. Con sofisticados sistemas de irrigación e invernaderos, dicen, los agricultores se hacen cada vez más hábiles para conservar el agua. Se centran en granjas nuevas en "microclimas" cerca de acuíferos subexplotados, como a la sombra de una montaña, dijo Fernando Frías, un especialista en agua del organismo ambientalista Pronatura Noroeste. También señalan que el negocio orgánico ha transformado lo que fuera una zona pobre de granjas de subsistencia, donde, incluso, los empleos de salarios bajos en hoteles y restaurantes para turistas en la cercana Cabo San Lucas son más escasos en la recesión. Para contar con la etiqueta de orgánico del Departamento de Agricultura estadounidense en los productos perecederos, las granjas en Estados Unidos y otros países deben cumplir con una larga lista de requisitos que incluyen la prohibición del uso de fertilizantes sintéticos, hormonas y pesticidas, por ejemplo. Sin embargo, son pocas las exigencias específicas para lo que se llamaría, en términos generales, sustentabilidad ambiental a pesar de que la ley de 1990 por la cual se crearon las normas tenía el propósito de promover el equilibrio ecológico y la biodiversidad, así como la salud del suelo y el agua. Expertos concuerdan en que, en general, las granjas orgánicas tienden a ser menos dañinas para el ambiente que las convencionales. No obstante, en el pasado, "la agricultura orgánica solía ser sustentable, pero ahora no siempre es el caso", expresó Michael Bomford, un científico de la Universidad Estatal de Kentucky, especializado en agricultura sustentable. Agregó que la agricultura orgánica intensiva también ejerce presión sobre los acuíferos en California. Algunos de quienes establecen estándares orgánicos empiezan a redefinir sus criterios para que los productos se ajusten mejor a sus ideales de lo natural. Krav, un importante programa sueco de certificación orgánica, permite que los productos perecederos tengan su etiqueta sólo si los invernaderos usan al menos 80 por ciento de combustible renovable, por ejemplo. Y el año pasado, la Junta Nacional de Estándares Orgánicos del Departamento de Agricultura estadounidense revisó su normativa para requerir que las vacas se alimenten, en parte, pastando en potreros en lugar de sólo estar de pie todo el tiempo en los cebaderos. Sin embargo, cada decisión de delimitar más la definición de "orgánico" implica un estira y afloja inevitable entre agricultores, productores de alimentos, supermercados y ambientalistas. Aunque la normativa estadounidense para la certificación orgánica mandata que los agricultores usen prácticas para proteger los recursos acuíferos, es difícil definir un nivel sustentable específico para el uso del agua de una sola granja, "porque la disminución en el acuífero es resultado de que muchos granjeros utilicen en exceso el recurso", notó Miles McEvoy, el jefe del Programa Nacional Orgánico del Departamento de Agricultura. Mientras que el ideal orgánico original era comer sólo productos perecederos locales y estacionales, quienes compran en supermercados, desde Whole Foods hasta Wal Mart, esperan encontrar tomates en diciembre y son muy sensibles al precio. Ambos factores avivaron la demanda de importaciones. Se pueden cultivar productos perecederos orgánicos en pocas zonas de Estados Unidos en invierno, sin recurrir a invernaderos que consumen electricidad. Además, los costos de mano de obra son elevados. Los jornaleros que llegan a cosechar el tomate en esta parte de Baja California ganan cerca de 10 dólares diarios, casi el doble del salario mínimo local. Los recolectores en Florida pueden ganar 80 dólares diarios en la temporada alta. Manuel Verdugo, de 42 años, empezó el cultivo orgánico de tomates en suelo desértico en San José del Cabo hace cinco años y ahora posee 30 acres en varios lugares. Envía dos toneladas y media de tomates "cherry", italiano y "beefsteak" a Estados Unidos con la marca Tiky Cabo. Invirtió en sistemas de irrigación que gotean agua directamente a la raíz de las plantas en lugar de llevarla por canales abiertos. Está construyendo enormes invernaderos para cubrir los cultivos, mantener fuera a las plagas y minimizar la evaporación. Aun así, no puede cultivar 10 acres en el caserío cercano de La Cuenca porque están secos los pozos ahí. En otra granja orgánica de cinco años de antigüedad, Rosario Castillo dice que puede cultivar sólo 19 acres de los 100 que tiene destinados para la producción orgánica aunque cavó un pozo hace siete meses para tener mejor acceso al acuífero. Las autoridades racionan el bombeo y no han otorgado el permiso para quitar los cactos nativos. "Tenemos muy poca agua aquí, y tienes que pasar por mucha burocracia para conseguirla", dijo Castillo. Muchos agricultores culpan de la escasez de agua al desarrollo turístico —hoteles y campos de golf—, lo cual ha sido un problema importante en las zonas costeras. Sin embargo, la agricultura también puede ser una sangría significativa. Según un estudio en Ojos Negros, la zona norte de Baja California, un auge en la siembra de cebolla cambray para exportación hace una década redujo el nivel freático en unas 16 pulgadas anuales. "Bombeaban mucha agua subterránea, y eso enriqueció a algunas personas a ambos lados de la frontera a costas del ambiente", comentó Victor Miguel Ponce, un catedrático de hidrología en la Universidad Estatal San Diego. La logística de obtener agua y transportar grandes volúmenes de productos perecederos favorece a los grandes productores. Algunos de los mayores son propiedad de estadounidenses, como Sueño Tropical, una enorme granja con hileras de invernaderos alineadas en el desierto, que atiende exclusivamente al mercado estadounidense. Mientras los agricultores orgánicos tradicionales ven a una imperfección o una forma extraña simplemente como variaciones de la naturaleza, se instruye a los jornaleros de Sueño Tropical a seleccionar los tomates que no tienen forma, tamaño y superficie uniformes, que son requerimientos de clientes como Whole Foods. Esos "segundos" se venden localmente. No obstante, la conexión con Estados Unidos ha tenido otro tipo de beneficios. La Cooperativa del Cabo, que funge como agente de cientos de agricultores locales, proporciona las semillas a los suyos y contrata agrónomos y entomólogos entusiastas para asistirlos en el cuidado de las cosechas sin usar químicos. A medida que se expande el mercado estadounidense, dijo John Graham, un coordinador de operaciones en la Cooperativa, siempre busca atraer a nuevos agricultores a su red, en especial aquéllos cuyas granjas utilizan acuíferos distantes donde todavía abunda el agua.