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  Por el libro

6 de septiembre de 2019

Consumer.es

De la cocina al baño, de casa a la oficina y al supermercado, es difícil imaginar una vida en la que el plástico no sea omnipresente. ¿Y en los oceános? Cada año, ocho millones de toneladas terminan en sus aguas, con consecuencias devastadoras para diversas especies marinas. Mientras poco a poco empresas y gobiernos reaccionan, descubre qué puedes hacer tú para luchar con esta crisis ambiental que amenaza el futuro del planeta.

Hace un año entró en vigor en España la ley que obliga a los establecimientos a cobrar las bolsas de plástico, aunque en realidad muchos negocios adoptaron esa medida hace ya varios años. Esta obligación supone un paso previo a una prohibición que llegará de forma escalonada en 2020 y 2021 en toda la Unión Europea. En ese momento no se podrán comercializar productos plásticos de un solo uso como platos, cubiertos, vasos o pajitas, además de algunos tipos de bolsas de plástico (se podrán vender las elaboradas con material compostable o las de menos de 50 micras que tengan al menos un 50 % de plástico reciclado).

Estas medidas reflejan una conciencia social que prioriza el cuidado del medio ambiente y que marcan el camino a seguir, aunque aún se necesite mucho más, como afirma Julio Barea, de Greenpeace: “No podemos seguir permitiéndonos los envases de usar y tirar; en su lugar, hay que promover los reutilizables, como cuando antes se rellenaban los cascos de las bebidas”. De momento, el consumo de bolsas de plástico en España ha pasado de 317 bolsas por habitante en 2004 a 144 en 2014, según datos del sector. Aún así, no son pocas.

Sin embargo, las cosas empeorarán, lejos de mejorar. Según el Servicio de Información Química Independiente (ICIS), se estima que la producción de plástico global se incrementará desde los 250 millones de toneladas manufacturadas en 2015 a unos 380 millones en 2025, un 52 % más. Para entonces, si no se toman medidas urgentes, buceará en los océanos una alarmante proporción: por cada tres toneladas de peces habrá una de plástico, de acuerdo a un estudio de la revista Science. Colillas de cigarrillos (elaboradas con acetato de celulosa, un tipo de plástico que puede tardar más de una década en descomponerse), envoltorios, bolsas... y botellas de plástico: una ingente cantidad de residuos con un impacto grave sobre el ecosistema marino y la salud de las personas. Y un dato más: el que vemos en aguas o playas es tan solo la punta del iceberg.

¿Comes plástico?

 

La respuesta no es tan obvia como parece. La mayoría de los plásticos no se biodegradan, sino que se fragmentan hasta convertirse en microplásticos (de menos de 5 mm) que pueden ser ingeridos por los peces y de ahí pasar a la cadena alimentaria. Aunque según un estudio de la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura), los humanos probablemente solo ingerimos cantidades ínfimas de microplásticos y aún no hay estudios concluyentes sobre sus efectos en la salud, estos compuestos sí afectan gravemente a la vida acuática. Se han encontrado materiales plásticos bloqueando las vías respiratorias y los estómagos de cientos de especies, como tortugas o delfines, pero también en la sal de mesa comercial, según el informe 'El estado de los plásticos' de la ONU (2017). Además, “no se pueden digerir una vez engullidos. Los más pequeños pueden formar parte de la alimentación del zooplancton; algo relevante, porque en este y en el fitoplancton se encuentra la base del funcionamiento biológico de océanos y lagos”, explica Francisco Pineda, director del departamento de Biodiversidad, Ecología y Evolución en la Universidad Complutense de Madrid.

Casi el 20 % de los residuos urbanos corresponde a plásticos, sobre todo envases y envoltorios que podrían fabricarse a base de maderas de distintos tipos, paja o papel”, cuenta Pineda. Los plásticos presentan diferentes niveles de contaminación, ya que su degradación depende de los materiales con los que esté en contacto y del medio en el que se encuentren: no es lo mismo en uno terrestre que en otro acuático, por ejemplo. Además, “los plásticos de polietileno (PET) y de polipropileno (PP) pueden reciclarse mejor que los de poliestireno (PS), más contaminantes químicamente. Aquellos elaborados a partir de almidón serían una vía transitoria, relativamente mejor por su posibilidad de biodegradación”.

El impacto del plástico es también visible de otras maneras. Las bolsas pueden bloquear vías fluviales, agravando desastres naturales, “obstruir alcantarillas y proporcionar un lugar de cría a mosquitos y plagas, aumentando la incidencia de enfermedades transmitidas por vectores, como la malaria”, sostiene el informe de la ONU. Los vectores (personas, animales o microorganismos) son agentes transmisores de patógenos.

Los productos de espuma de poliestireno, presentes en artículos como platos desechables y bandejas de alimentos, “contienen sustancias potencialmente cancerígenas como el estireno y el benceno, altamente tóxicas, que pueden filtrarse en alimentos y bebidas”, añade Pineda. En los países pobres, los residuos plásticos se queman a menudo para generar calor o para cocinar, lo que les expone a emisiones perjudiciales para su salud.

Más de 60 países han introducido políticas para frenar esta contaminación, ya sea con gravámenes (como en Irlanda), acuerdos con minoristas, prohibiciones totales (en Ruanda no se permite la fabricación, venta, uso o importación de bolsas plásticas, China ha prohibido las vajillas plásticas y Nueva York ha eliminado el poliestireno expandido) o una combinación de varias medidas.

Pero los ciudadanos también pueden ejercer su poder como consumidores. Al rechazar productos desechables y cuestionarse sus decisiones de compra, mandan un mensaje que impulsa la búsqueda de alternativas.

En Reino Unido, la Fundación Ellen McArthur y WRAP han lanzado un Pacto de Plásticos que cuenta con la adhesión de más de 60 empresas (incluidas Coca-Cola, Unilever, Nestlé y P&G). El acuerdo quiere garantizar que al menos el 70 % de los envases de este material se reciclen o composten. Y, por otro lado, cada vez son más frecuentes las empresas que se comprometen a reducir su dependencia del plástico: Ikea eliminará los productos desechables de sus tiendas en 2020, Dell ha puesto en marcha un proyecto para utilizar material de embalaje fabricado con plástico recuperado del océano; Volvo ha anunciado que al menos el 25 % de los plásticos utilizados en sus coches a partir de 2025 se fabricarán con materiales reciclados...

Pero ¿con qué alternativas contamos? Las bolsas biodegradables, disponibles en comercios, se fabrican a partir de materias primas renovables como el maíz, la yuca o las patatas. Sin embargo, requieren condiciones ambientales específicas para descomponerse (sobre todo, humedad, luz y oxígeno) y tardan en hacerlo de uno a tres años, por lo que no son una verdadera solución. Otra opción son las bolsas compostables, que se biodegradan con más rapidez que las anteriores, pero lo hacen a altas temperaturas (más de 70 ºC), por lo que tampoco representan la solución definitiva. Para reducir la generación de residuos, la mejor alternativa son las bolsas reutilizables, como las de algodón o de rafia: estas últimas, aunque plásticas, pueden reutilizarse durante mucho tiempo.

El cambio de hábitos es esencial

La máxima que se debería seguir es rechazar lo que no puede reusarse: evita los empaquetados excesivos, pide a las empresas de comida a domicilio que no incluyan cubiertos, comprueba si algo es reciclable antes de comprarlo (fíjate si incluye el símbolo de reciclaje universal de tres flechas)... Recuerda que no es seguro reutilizar los envases plásticos (como las botellas de plástico PET), porque podrían contaminar los alimentos. Tampoco son aptos para microondas. “Lo más difícil es el cambio de hábitos”, cuenta Patricia Reina, coautora del blog Vivir sin plástico.

“Es necesario planificarse. Una vez al mes, hacemos una compra a granel de productos secos: cereales, legumbre, pasta... Y semanalmente, los frescos”. Optar por alternativas sostenibles puede resultar más caro al principio, pero a la larga es más barato “por todo lo que dejas de comprar: botellas, cuchillas desechables, cremas cosméticas...”, añade Reina.

Ellos dieron el salto a una vida sin plástico en 2015 y, poco a poco, hicieron una transición que ya se nota en toda la casa. “Junto a la cocina, el espacio donde más plástico acumulamos es el baño”, reconoce. Y no solo por las cuchillas de afeitar, el champú o el gel. “Muchos productos cosméticos tienen plástico entre sus ingredientes: cremas, exfoliantes, pasta de dientes, espuma de afeitar, cremas solares...”.


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