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19 de marzo de 2010

Consumer.es

El uso de lámparas fluorescentes implica varias ventajas con respecto a las bombillas tradicionales: consumen menos electricidad y resisten mejor el paso del tiempo. Sin embargo, no están exentas de sufrir averías. Los signos de un mal funcionamiento y las medidas que se deben adoptar para subsanarlo varían según el caso. El encendido irregular del tubo, la luz temblorosa y el zumbido que parece emitir el conjunto son las señales más habituales de avería. La solución en estos casos pasa por revisar en profundidad el equipo que compone la lámpara, localizar el origen del defecto, sustituir el tubo o realizar la conexión al cebador y a la reactancia de forma correcta.

Problemas con el tubo

El tubo fluorescente está lleno de gases inertes a baja presión (neón o argón) que contienen vapor de mercurio. Estos no alcanzan más intensidad que la soportada por la lámpara gracias a la reactancia, un dispositivo cuya función es precisamente ésa. Una descarga eléctrica, emitida por el cebador que completa el equipo, activa la fluorescencia del polvo que hay en el interior del tubo y, de esta manera, se origina la luz.

Cuando esto no ocurre, se debe comprobar que la corriente eléctrica llega al conjunto. Si el fluorescente está recién instalado, es posible que sus bornes no hagan contacto. En ese caso, hay que girar el tubo varias veces y comprobar que se enciende. Una conexión incorrecta al cebador o a la reactancia -cuyo síntoma principal es la falta de luz en el centro del tubo- causan también un mal funcionamiento de la lámpara. Es aconsejable revisar primero el cebador, más fácil de sustituir, y continuar por la reactancia, menos visible y de difícil acceso.

Cuando la temperatura ambiente es inferior a 10ºC, el tubo deja de emitir luz

A menudo, el origen de la avería es tan evidente como sencilla de solucionar: el tubo se ha agotado y exige el cambio por uno nuevo. La temperatura ambiente de la estancia afecta al rendimiento de la lámpara fluorescente. Cuando hace demasiado frio, por debajo de 10ºC, el tubo deja de emitir luz. Si la lámpara está ubicada en un lugar expuesto a bajas temperaturas (garajes, cobertizos, áticos...), es aconsejable instalar una reactancia especial para estos casos.

Ruidos y parpadeos continuos

Otro de los problemas más habituales es un molesto zumbido procedente de los bornes. El sonido tiene su origen en una conexión defectuosa con la reactancia o en una potencia inadecuada de este mecanismo. Se debe revisar que la reactancia esté conectada de forma correcta o, según el caso, cambiarla por otra con una potencia apropiada.

Cuando una luz parpadea, no sólo causa molestias a la vista, e incluso fatiga, sino que además provoca un aumento del consumo de electricidad y contribuye a acortar la vida del fluorescente. La luz que emite la lámpara se torna temblorosa por varias razones. Si el tubo lleva poco tiempo instalado, es posible que parpadee porque es nuevo. El problema se subsana con el mero paso del tiempo. En ocasiones, sucede lo contrario. La luz tiembla porque el tubo ha comenzado a agotarse y evidencia la necesidad de sustituirlo.

Pros y contras del uso de fluorescentes

Las lámparas fluorescentes necesitan menos potencia para iluminar un espacio. Por eso, al utilizarlas se consume menos electricidad. La alta durabilidad que demuestran frente a las bombillas incandescentes tradicionales es otro de sus principales atributos.

Sin embargo, al someterlas a un encendido y apagado continuo se desgastan y, en consecuencia, la vida útil se acorta en gran medida. Por este motivo, es preferible instalarlas en estancias cuyo rendimiento sea máximo, como cocinas, despachos y pasillos. Algunas personas consideran que el tono de luz que emiten es demasiado frio o poco agradable. Hay distintas posibilidades. Desde las más tradicionales, a las que tienen efectos naturales que intentan imitar la luz diurna.