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  Por el libro
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Listin Diario

Tras un largo día de trabajo, Ana Pérez (nombre ficticio) se dispuso a marcharse a su hogar, donde su pequeña de nueve meses y su esposo la esperaban para cenar como de costumbre, pero aquella noche, todo fue diferente.

Ana no llegó a casa según lo acordado, pues al salir del centro comercial en el que labora, su vida dejó de ser la misma y los hechos que acontecieron aquella noche los recuerda con exactitud quizás para toda la vida.

Siendo aproximadamente las 9:30 de la noche, la joven de 27 años abordó un carro en el que no iban más que el chofer y un pasajero en el asiento delantero, el cual emprendió el viaje tan pronto Ana entró sin permitir que nadie más se acercara.

“Por la prisa de llegar a casa antes que fuera más tarde, a ver a mi hija, no me percaté que no estaba rotulado en esa ruta, inició la ruta habitual hacia el puente Francisco Rosario Sánchez o “de la 17” y al subir al primer elevado, el ‘pasajero’ se volteó bruscamente apuntándome con un arma. “Esto es un atraco. Quédate tranquila sin hacer ningún movimiento y sin mirarnos las caras. Mira pa’ fuera’ y dame to’ lo que tú tengas”, me dijo mientras subía con la otra mano los cristales”, narró.

La idea de estar en esa posición en aquel momento y el pensar en si volvería a ver a su hija no la hicieron enloquecer. Por el contrario. Mantuvo la calma en espera de que revisaran lo que ella cargaba hasta darse cuenta que por la fecha, no llevaba el dinero que ellos esperaban.

La amenazas hacia Ana y los susurros entre ellos se hicieron más constantes, cuando presionando la pistola contra su costado izquierdo le preguntaban por el dinero y empezaban a contemplar la idea de buscar un cajero y revisar sus tarjetas.

“Al llegar al puente, uno le sugirió al otro que buscaran el sitio donde llevaban a las chicas. El conductor se devolvió y volvimos por donde veníamos. Estaba muy nerviosa pero entendía que si me desesperaba me harían daño así que me mantuve calmada y fue entonces cuando el pasajero empezó a tocarme por todos lados supuestamente confirmando que no tenía más dinero”, expresó.

“Tengo una hija de nueve meses que quiero volver a ver. Cojan todo y permitan que me vaya”, decía Ana, quien ya no sabía dónde estaba porque desconocía la zona hasta que vio un establecimiento en el cual, les sugirió, podrían encontrar un cajero. “Se hicieron los sordos y en aquel momento sentí que me embargó un inmenso miedo por perder mi vida”, añadió.

Los agresores de Ana sabían lo que hacían. Llegaron a lo que ella reconoció como una urbanización desolada y a la cual aún sabe llegar, y tras sumirse en la oscuridad del lugar, el vehículo finalmente se detuvo.

Con sentimientos reprimidos por lo que le causaba recordar aquel momento, Ana relató lo que allí aconteció en ese momento: “Me hicieron pasar a la parte delantera del vehículo y me ordenaron bajarme el pantalón. Uno de ellos se me subió encima mientras el otro me ponía la pistola en la cabeza desde el asiento trasero y me amenazaba para que no los mirara. Luego se turnaron”.

Pero un poco de “amabilidad” quedaba en aquellos hombres que acababan de adueñarse de los miedos y dignidad de una mujer. “¿Necesitas que te llevemos a algún sitio? Porque no tenemos problema. Vivimos en Las Américas, si tú quieres te podemos dar una bola”, dijo uno. El otro hasta habló de Dios y ofreció dejarla en su casa porque se había portado bien.

Con el hilo de voz que le quedaba solo pudo implorar que la dejaran en la autopista, y así lo hicieron. E irónicamente para no dejarla sola, bajo las luces de una envasadora de gas hicieron una parada para dejar a una Ana Pérez que se desplomó y entró en crisis tan pronto se vio fuera de aquel vehículo en el cual acababa de sufrir una pesadilla, sin nada más que la ropa que llevaba puesta.

Alertando por las redes
Uno de los medios utilizados actualmente para difundir estas vivencias que usan las víctimas son las redes sociales enviando audios para prevenir a sus amigos y relacionados.

Uno de estos casos lo protagoniza una persona que pidió no ser revelada ni en nombre ni sexo, quien narró cómo mientras se encontraba de compras en un centro comercial de la ciudad, una persona se le acercó y la amenazó con un arma blanca que hacía imperceptible gracias al ‘montón’ de ropa que había seleccionado para que su víctima, bajo intimidaciones, pagara.

Afortunadamente, el miedo y sorpresa no se adueñaron de esta persona, pues estando en el área de caja utilizó su lenguaje corporal para advertir a la cajera, quien pidió ayuda y la persona fue detenida.

MÁS USADAS:
La modalidad más común es la de motoristas, con la agilidad de pasar rápidamen-te y arrebatar las prendas, carteras, mochilas, etcétera, apoyándose en el factor sorpresa y con amenazas, llevándose las pertenencias de la víctima.

Están los que en motocicletas o pasolas tocan el cristal del vehículo con arma indicando que no haga más movimiento que el de pasarle todo lo de valor, algunos tienen la destreza de rápidamente cruzar pegados a un carro y arrancar cualquier cosa que esté a su alcance.

También están los “carteristas”, quienes suelen entretener a la persona, buscando conversación en los vehículos de transporte público, debido a que ésta debe pegarse a los demás para poder caber; en establecimientos y vías públicas sacan cosas sigilosamente, otros rompen las carteras, bolsas o bultos con navajas por la parte inferior. Asimismo, pidiendo para un pasaje, preguntando direcciones o indicando que han sido atracados y necesitan hacer una llamada para que les auxilien o con unos supuestos “polvitos”, uno que marea y debilita al punto de no poder evitar ser despojado de sus pertenencias y otro que ponen en el manubrio de la puerta de los vehículos, se impregna en la mano y al tener contacto con el aire acondicionado se esparce hasta no permitirle al conductor seguir manejando.

EN LAS REDES
Entre las tácticas que se difunden en las redes sociales están los supuestos técnicos de compañías telefónicas y de telecable; llamadas diciendo que un familiar tuvo un accidente de gravedad y deben llevar cierta cantidad de dinero a un punto específico; mini-mensajes o llamadas de haber ganado concursos fantasmas y solicitando poner una tarjeta móvil de cierto monto para contactar a la persona que entregará el premio; personas con negocios ficticios que ofrecen multiplicar por “X” cantidad un monto recibido; vendedores de productos de limpieza que van a las casas y ofrecen una muestra para que verifiquen las bondades del producto cuyo olor pone a la víctima a disposición de obedecer a los “vendedores” y entregarles lo que les pidan. 

Amenazas posterior al asalto
Al llegar a su casa, Lucy Zapata se encontró con la sorpresa de que el portón eléctrico de su residencial no funcionaba, por lo cual tuvo que desmontarse del vehículo a abrirlo, siendo así interceptada por dos jóvenes que le apuntaron con pistolas y rápidamente dijeron las palabras aterradoras: “Esto es un asalto, no nos mires y no grites”. No solo le llevaron el carro con sus pertenencias, sino que luego de realizar las denuncias de lugar, empezó a recibir llamadas y mensajes amenazantes contra ella y su familia.

Dos meses después, Zapata narra que el vehículo apareció sin respuesta o investigación alguna y sin detenidos ni sospechosos por las amenazas que recibía.