11 de enero de 2011
El Nuevo Herald
``Año nuevo, vida nueva', dicen. Y entre los cambios del 2011, por nuestra parte hemos prescindido del reloj de pulsera, que usábamos desde hace casi cincuenta años. El primero (¿Hobba?) fue el regalo de la primera comunión, y luego siguieron algunos mecánicos automáticos. Dos décadas con un Omega, premio por la primera oposición ganada, combinado con algún ligero Swatch para los veranos. El último ha sido un Seiko Kinetic que nos ha acompañado quizá quince años. El reloj es un artilugio pesado, incómodo, retro y propio del siglo XX, que sólo apunta dos datos: la hora y el día. Dos informaciones básicas que nuestro inseparable teléfono móvil nos indica con mayor precisión, y acompañado de muchas más funciones (Internet, cámara, geoposicionamiento, GPS, brújula...). La única ventaja que le restaba al reloj, aparte de leer la hora sumergido, era mirarlo de hurtadillas en determinadas circunstancias, pero eso también lo facilita el móvil. ¡Adiós reloj, hola al móvil, el útil universal!