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  Por el libro
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13 de junio de 2010

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Durante el viaje en coche desde Fairfax (Virginia) a Nueva York, el pasado mes de enero, Jhaymee Wilson, de 28 años de edad, y su novio Jonathan Heinlein, de 29, hablaron con ilusión de esa escapada de fin de semana. Wilson no había estado nunca en Nueva York y habían elaborado juntos una lista de lugares turísticos que no podían perderse. Hasta que llegaron a su fastuosa habitación en el St. Regis Hotel, Jhaymee no se dio cuenta de que su novio de hacía dos años parecía excesivamente tenso.

"¿Estás bien?", le preguntó. él le contestó que se estaba acabando la luz del día y que querría empezar con su ruta turística. Wilson sabía que a su novio, fotógrafo aficionado, le gustaba la luz del sol a media tarde así que le quitó importancia a su nerviosismo y se subió con él a un taxi.

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La siguiente parada: piso 102 del Empire State Building. Wilson empezó a admirar las vistas, el perfil de la ciudad recortado contra los tonos anaranjados y púrpura de la puesta del sol. Cuando se dio la vuelta para hablar con Heinlein, lo encontró con una rodilla en el suelo, mirándola y sosteniendo en la mano una caja abierta con un anillo de platino y un diamante de corte redondo en su interior.

A su alrededor, los turistas no se perdían detalle. Wilson empezó a temblar y Heinlein tartamudeó como pudo las palabras: "¿Quieres casarte conmigo?". Los mirones que los rodeaban rompieron en un aplauso cuando Wilson lo rodeó con sus brazos. "¡Sí!"

Aunque la proposición fuera muy clásica, el matrimonio Wilson-Heinlein (que han fijado para la primavera de 2011) no se parecerá en absoluto a los enlaces de sus abuelos, ni siquiera al de sus padres. Gracias a que la mujer alcanza unos niveles educativos superiores, a su entrada en el mundo laboral y a los estándares de nuestro siglo sobre lo que constituye un compañero o compañera atractivos, Wilson y Heinlein representan el nuevo rostro del matrimonio, una institución en pleno proceso de cambio.

Pero, ¿para qué casarse? Las mujeres ya no necesitan a alguien que suministre alimento y los hombres ya no necesitan una mujer que les dé hijos. Por lo visto, unos y otros quieren casarse, pero sus motivaciones son muy distintas.

Para todas esas mujeres que se han mordido las uñas hasta dejarse los dedos en carne viva esperando que llegara una ansiada proposición de matrimonio, puede que sea un alivio descubrir que los hombres también se quieren casar. Sin embargo, existen diferencias cruciales entre ambos sexos. En términos generales, cuando una mujer se enamora, igual que el personaje de Trinity en Matrix, inmediatamente sabe que ese hombre es El Hombre. En el caso de los hombres, el matrimonio puede ser una fase de la vida. Volviendo a Matrix, el hombre siente que ha llegado el momento de escoger la píldora roja.

"Siente que tiene que descubrir su papel en el mundo y hacia dónde se dirige -afirma John Gray, asesor de parejas y autor de los libros Los hombres son de Marte, las mujeres son de Venus-. A las mujeres les preocupa más saber con quién hacen ese camino."

Helen Fisher, antropóloga biológica y autora de Why Him? Why Her?, explica: "Históricamente, los hombres han querido casarse cuando tenían una seguridad económica y las mujeres han querido casarse cuando querían tener hijos". Es lo que Fisher denomina "necesidad del macho humano": proveer para su mujer. Es un deseo que nos retrotrae a los días de cazadores y recolectores donde las familias siempre tenían dos "fuentes de ingresos". Ella recogía los frutos, las frutas y la verdura y él traía a casa la carne.

Sin embargo, cuando la mujer estaba embarazada o dedicada a la cría de niños pequeños, era vulnerable. Era trabajo del hombre proteger y suministrar alimento a su familia. Aún hoy los hombres no se sienten preparados para casarse hasta que pueden cumplir con esa misión histórica, aunque esto significa una estabilidad profesional y algo de dinero en el banco en lugar de un costillar de bisonte dando vueltas sobre el fuego.

El cambio real es que hoy los dos miembros de la pareja tienen que estar listos. Según Gray, la educación y el trabajo de las mujeres ha motivado un cambio en los matrimonios. Actualmente, las mujeres reciben un 60% de los títulos universitarios y representan el 50% de la mano de obra. "Cuando tiene un buen trabajo, su necesidad de seguridad queda satisfecha y entonces empieza a buscar a un hombre que le proporcione apoyo emocional", afirma Gray. Las mujeres buscan compañeros románticos, que las apoyen, que sepan comunicarse bien y con quien compartir las tareas domésticas, explica.

Christine B. Whelan, de la Universidad de Pittsburgh, y Christie F. Boxer, de la Universidad de Iowa, investigadoras y catedráticas de sociología, decidieron descubrir qué buscaban los hombres y las mujeres en sus parejas y dieron con esa misma tendencia. De una lista de rasgos atractivos, las mujeres situaban el interés de los hombres por formar un hogar y tener hijos en el puesto número 4, cuando hace varias décadas lo habrían situado mucho más abajo en su lista de prioridades. En 1977, por ejemplo, estaba en el puesto número 10.

También las prioridades de los hombres respecto a lo que buscan en una posible esposa han cambiado con el tiempo. Hasta el decenio de 1960, la formación y la inteligencia de las mujeres ocupaban apenas el puesto número 11 de la lista de virtudes que apreciaban en las mujeres. Actualmente, los hombres dan más importancia a la inteligencia de las mujeres (puesto número 4) que a su atractivo físico (puesto número 8).

Lo que nos lleva de nuevo a nuestros prometidos, Heinlein y Wilson. Los dos trabajan en la misma consultoría de T.I., CACI International, en diferentes departamentos. Ella es directora de proyectos y él es un especialista sénior en seguridad de la información. Wilson tiene un máster en dirección de proyectos y está actualmente cursando un Executive MBA, algo que Heinlein valora mucho. Según explica, desde el primer momento le atrajeron la inteligencia, belleza y ambición profesional de ella.

Por otra parte, ella le ha dejado muy claro que buscaba un marido que la respaldara en su carrera profesional compartiendo con ella las tareas domésticas. Incluso han hablado de la posibilidad de que fuera él quien se quedara en casa con sus hijos en el futuro (en principio han pensado tener dos o tres), mientras ella sigue ascendiendo en su carrera para convertirse en directiva de la empresa. Wilson está encantada de que él quiera quedarse en casa con los niños y Heinlein valora el hecho de que la presión económica no descanse íntegramente sobre sus hombros.

Además, a diferencia del mito urbano de los maridos-cazadores que presenta Charlotte York en Sexo en Nueva York, cada vez son más las mujeres que posponen o renuncian al matrimonio. Según el estudio de población actual, la edad media del primer matrimonio en 2009 fue de 26 años en el caso de las mujeres y 28 en el de los hombres; hace un siglo, eran 22 y 25 años, respectivamente. Stephanie Coontz, catedrática del Evergreen State College de Olympia (Washington) e historiadora especializada en el matrimonio, afirma que ahora que las mujeres tienen más opciones posponen el matrimonio para seguir formándose y encontrar el hombre que aman realmente.

"Las mujeres han empezado a confesar que se casan por amor hace apenas 20 años -afirma Coontz-. Antes, a la gente le daba vergüenza admitir que querían a su pareja, pero ahora les avergüenza reconocer que hay otros motivos para su matrimonio."

La socióloga Whelan cree que ambos sexos deciden casarse por una mezcla de amor y presión social, y que esa presión llega más tarde en el caso de los hombres. Según esta socióloga, el prototipo de hombre preparado para casarse es un joven que ha acabado la facultad hace varios años, que quizás acaba de recibir un ascenso o un aumento y que se ha pasado el verano asistiendo a las bodas de sus amigos.

Cuando los amigos empiezan a pasar por el altar, "es como si se les encendiera una bombilla en la cabeza", afirma Whelan. De pronto, los hombres se dan cuenta de que quieren sentar la cabeza y empiezan a observar a las mujeres con las que salen pensando en si son carne de matrimonio o no.

Las mujeres también suelen recibir fuertes presiones de amigos y familiares. La joven Wilson, ahora recién prometida, empezó a notar esta presión cuando tenía 25 años: su hermana menor se casó antes que ella. Sin embargo, esto no fue suficiente para empujarla a casarse. Lo que ella buscaba era amor, compatibilidad y un hombre que la respaldara en su camino hacia sus sueños. Heinlein también había visto a muchos de sus amigos dar el "Sí, quiero" el año anterior y se sentía preparado para comprometerse.

"Estoy feliz -explica Wilson-. Estoy llegando a una edad en la que quiero casarme y me siento preparada para hacerlo. Estamos avanzando como pareja."

"Yo no me imagino con alguien que no sea ella -explica Heinlein-. Estoy emocionado con la idea de empezar una familia."