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  Por el libro
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4 de mayo de 2006

La posibilidad de que el aluminio pueda tener alguna relación con el desarrollo de la enfermedad de Alzheimer, hasta ahora descartada por falta de evidencias, se ha vuelto a plantear seriamente con un trabajo publicado en la revista Journal of Neurology, Neurosurgery and Psychiatry. El trabajo recoge los resultados de la autopsia de una mujer británica, Carole Cross, fallecida con 58 años y que sufría una forma muy poco habitual de Alzheimer, con demencia progresiva muy rápida y desenlace fatal.




La autopsia realizada a la mujer reveló elevadas concentraciones de aluminio en todas las regiones del cerebro afectadas por esa variante de Alzheimer. Lo que llama la atención del caso es que Carole Cross fue una de las 20.000 personas afectadas por la contaminación accidental por aluminio en Camelford, Inglaterra. Fue en junio de 1988. El servicio de aguas de la localidad recibió una cisterna con 20 toneladas de sulfato de aluminio, que debían ser usadas en el depósito de una de las etapas previas de tratamiento y que se vertieron por error en las canalizaciones donde estaba el agua potable destinada a la población. Durante cinco días el agua de grifo tuvo concentraciones de aluminio muy por encima de lo normal, quizá de hasta 600 ppm (partes por millón), cuando lo habitual son 0,05 ppm. Los habitantes sufrieron náuseas, cefaleas, diarrea, vómitos y úlceras en la piel, entre otros síntomas.
Los autores del trabajo, Christopher Exley, químico de la Universidad de Keele, y Margaret Esiri, neuróloga de la Universidad de Oxford, apuntan que no pueden saber si el aluminio ha sido la causa del Alzheimer pero sí saben que la mujer afectada no tiene antecedentes familiares de demencia. El aluminio, dicen los autores, está relacionado con el desarrollo de algunas formas de demencia. Así se ha visto con pacientes que viven en zonas donde el agua tiene concentraciones altas de aluminio y a la que han estado expuestos toda su vida. Pero la relación entre Alzheimer y aluminio es más controvertida.

«A menudo se halla aluminio en los pliegues de una proteína deformada que es característica del Alzheimer, pero no existe una evidencia fuerte que muestre su implicación en la aparición de la enfermedad», dice Daniel Perl, neuropatólogo del Hospital Mount Sinai de Nueva York que firma la editorial de la revista. Se sabe que hay factores genéticos que determinarán una mayor predisposición a desarrollar la enfermedad y factores ambientales que desencadenarrán el proceso. ¿Es el aluminio uno de esos factores ambientales? Esto es lo que hasta ahora no se ha podido responder. Si aparecen más casos entre las 20.000 personas expuestas, dice Perl, entonces las implicaciones serán extremadamente importantes. «El tiempo lo dirá».

La dieta como principal vía de exposición


Muchos vegetales acumulan de forma natural aluminio, uno de los metales más abundantes en el planeta



La incógnita que se plantean los autores con este trabajo no es si el aluminio es un desencadenante de la enfermedad sino hasta qué punto se puede comparar un caso extremo como este, debido a una contaminación puntual en cantidades elevadísimas, con la exposición crónica a pequeñas dosis de aluminio a través de la dieta. ¿Son preocupantes las dosis de aluminio ingeridas? Hasta ahora todos los datos apuntan a que no. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), un adulto medio toma, a través de la comida, unos cinco miligramos diarios de aluminio.

La comida es la principal vía de exposición y, al contrario de lo que pueda pensarse, el agua no aportaría grandes cantidades de este metal: con concentraciones de 0,1 miligramos por litro en el agua de grifo, sólo supondría el 4% de la ingesta total de aluminio. Estudios en diferentes países han mostrado consumos medios totales de aluminio de entre cuatro miligramos, en los casos de menor consumo (como Japón o Australia), hasta 11 miligramos, en el otro extremo (Alemania). Siempre por debajo de la ingesta máxima tolerable establecida por el Comité Mixto FAO/OMS de Expertos en Aditivos Alimentarios (JEFCA), que está en siete miligramos por kilo de peso, lo equivalente a 60 miligramos diarios para una persona de 60 kilos.

El aluminio es uno de los metales más abundantes en el planeta, de forma que muchos vegetales lo han acumulado de forma natural. Patatas, espinacas o té son productos que tienen altos niveles de aluminio natural. Alimentos procesados que incorporan aditivos con aluminio, como el fosfato ácido de aluminio y sodio, usado en harinas preparadas también suponen un aporte importante de este compuesto. Pueden haber casos de consumos más elevados, advierte la OMS, en personas que toman habitualmente antiácidos y analgésicos que contengan este compuesto, lo que puede elevar la ingesta de aluminio hasta cinco gramos diarios.

Otra vía de exposición es a través de los utensilios de cocina de aluminio, aunque los expertos advierten que el aluminio está en forma insoluble y la cantidad que aportarían es tan pequeña que apenas tendría impacto en el consumo total. Eso sí, siempre y cuando no se cocinen alimentos como tomate o ruibarbo, con ácidos que disuelven la capa superficial de óxido metálico.



MAYOR APORTE DE ALUMINIO EN LA DIETA






Hasta ahora se ha considerado que el aluminio, en las cantidades que se toma, es un compuesto relativamente inocuo. De confirmarse nuevos resultados similares al trabajo de los británicos Christopher Exley y Margaret Esiri, y de confirmarse que el consumo crónico tiene consecuencias, podrían replantearse nuevas vías de prevención a través de la limitación de su consumo. Un consumo que hasta ahora se ha calculado que es bajo. Sin embargo, un trabajo publicado ahora hace un año, en la revista Food Additives and Contaminants cuestionaba que realmente fuera así.
Los autores, S.M Saiyed y R.A. Yokel, de la Universidad de Kentucky (EEUU) afirmaban que muchos productos contienen una cantidad de aluminio significativamente mayor si se compara con las cifras de consumo tópico que dan muchos estudios y que están entre 3 y 12 miligramos diarios. Por ejemplo, explicaban, el queso en una ración de pizza congelada contiene hasta 14 miligramos de aluminio (por el aditivo fosfato de sodio y aluminio), cuando en un restaurante el queso de una ración de pizza tendría 0,03-0,09 miligramos de aluminio.

El fosfato ácido de aluminio y sodio, que se usa en harinas preparadas, está presente en numerosos productos de bollería y similares. Algunos de estos productos de bollería y congelados incorporan las cantidades más elevadas: hasta 180 miligramos de aluminio por ración, advierten los investigadores americanos.